El Oficio

El oficio ha estado desde siempre vinculado en la tierra, como una ocupación propia del sector primario, mayoritario en las sociedades de autoconsumo. Los calcineros limpiaban la sierra de maleza, altamente inflamable, recogían la piedra calcárea que afloraba de manera natural y también la procedente de los cortes para hacer nuevas parcelas.

La cal, que producían a partir de una cocción controlada, tenía aplicación en la obra, la agricultura y la ganadería, creando un ciclo vital casi perfecto desde el punto de vista medioambiental.

Cada calcinero tenía su propia cuadrilla, que era esencialmente familiar y que se incrementaba con jornaleros más o menos fijos y más o menos especializados.

El espacio físico del horno raramente era propiedad de quien se ponía a quemar. Los hornos estaban situados en propiedades comunales de los municipios y los calcineros los utilizaban alternándose de manera rotatoria y discrecional; o bien eran tierras de alguna heredad.

La propiedad de la finca rústica en que estaba enclavado el horno recibía beneficios, ya fuera una porción de cal o un tanto a cambio de la leña. No se cobraba nada ni por la piedra ni por el uso del horno. El trabajo eventual de calcinero a menudo se complementaba con otras ocupaciones de las habituales que proporcionaba la sierra, como cortar pinos para carbón, recoger ramas para el horno del pan, anudar esparto o hacer garrotes los días de mal tiempo, etc.

Los calcineros se veían obligados a superar el horario solar, soportando inclemencias meteorológicas y sufrimientos; sin embargo, el contacto directo con la naturaleza y la cal los hacía, según dicen, resistentes e inmunes a muchas enfermedades. Era un oficio duro de llevar y tenaz, donde las ganancias eran pocas en comparación a las penalidades que tenían que pasar.